Es
tarde se hizo de día
menos
mal, que está nublado
se
acabó todo lo que había
queda
un cigarro mojado
(Los
aviones – Andrés Calamaro)
Es tarde, casi de noche, casi
de día. Tarde equidistante, temporalmente indecisa, que no le importa la hora, que
lleva el tiempo detenido sin avanzar ni retroceder, sin dirección, perdida en
una dimensión alterna bajo ese cielo opaco, casi gris, con sus nubes de siempre,
con su manto permanente de incertidumbre, con ese velo de novia imaginaria que mira
al horizonte. Compañera perdida que resiste de pie, Penélope que espera sin esperanza, que desea una lluvia que no cae,
que no caerá; que aguarda un navío que no llega, que no llegará, en ausencia de
un faro que lo guíe.
Faro sin luz, abandonado en medio
de todo, rodeado de gente pero solo, desentonando con el rosado manto, rosando el
cielo, tocando la nada, conteniendo el rito, aguardando el mismo barco que no
zarpó, que no va ni vuelve, que sigue estático mientras el viento sopla,
mientras el velo resiste, mientras el segundo lucha por un paso sin rumbo,
mientras el minuto espera no convertirse en hora y la hora permanece suspendida
en un día cualquiera.
Falsa alegría, bella pena, salto
sin gloria, sábado de Gloria; otro día,
domingo de ramos y la procesión va por dentro; milagro en octubre con palmas blancas,
amarillas, secas, como las manos de la novia que espera en silencio. Palmas abiertas
al cielo, primera dirección, arriba, a las estrellas que no se ven en este
cielo que truena. Palmas de un público que aplaude perdido, pedido en el grito
de un payaso, en una plegaria en miércoles de ceniza, en un día de miércoles; grito
que emerge de un mar calmo, mágico sentimiento que permite al sol liberarse, expedir un
rayo de vida en la penumbra, en la soledad, dejando loca a la tristeza, esa
loca que mora bajo una carpa multicolor, sobre una alfombra verde, en un sendero
de rosas bicolores con sentimiento nacional, marca Perú, marca de salitre en una costa erosionada por el tiempo, por el
mar, por un viento extraviado en un camino sin inicio ni final, un circulo, un circo
de arena, la arena del circo romano, la arena de otro mar, la arena de una
playa bonita, muy bonita, bella, hermosa como la luna que no se ve pero existe detrás
de la alfombra gris, en la dimensión desconocida, esperando un rayo de luz, la
luz de un faro dormido, de un despertar de a dos, a las dos, a las tres, a la
hora de siempre, la del insomnio, la hora que espera para decirnos que es de
día, quizás de noche, no lo sabremos, el tiempo se detuvo un día cualquiera al
pie del acantilado, a la sombra del faro, junto a la novia del velo bajo las nubes
que no lloran, que siguen secas como las hojas de palma, lanzando una plegaria
con las palmas extendidas, con las manos abiertas, con los brazos al cielo, al
viento, al tiempo; rompiendo el silencio, repitiendo el sonido de un aplauso,
dejando una sonrisa dibujada, tristemente dibujada, sonrisa de payaso, de alegría
disfrazada, alegría abandonada, alegría de una tarde exacta, perenne, eterna;
de una tarde perpetua que sonríe también mientras mira a todos lados sin saber
su destino, sin tener un faro guía, mirando al horizonte, anhelando un regreso,
quedándose dormida.
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