miércoles, 13 de noviembre de 2013

Una tarde



 




Es tarde se hizo de día
menos mal, que está nublado
se acabó todo lo que había
queda un cigarro mojado
       (Los aviones – Andrés Calamaro)





Es tarde, casi de noche, casi de día. Tarde equidistante, temporalmente indecisa, que no le importa la hora, que lleva el tiempo detenido sin avanzar ni retroceder, sin dirección, perdida en una dimensión alterna bajo ese cielo opaco, casi gris, con sus nubes de siempre, con su manto permanente de incertidumbre, con ese velo de novia imaginaria que mira al horizonte. Compañera perdida que resiste de pie, Penélope que espera sin esperanza, que desea una lluvia que no cae, que no caerá; que aguarda un navío que no llega, que no llegará, en ausencia de un faro que lo guíe.
Faro sin luz, abandonado en medio de todo, rodeado de gente pero solo,  desentonando con el rosado manto, rosando el cielo, tocando la nada, conteniendo el rito, aguardando el mismo barco que no zarpó, que no va ni vuelve, que sigue estático mientras el viento sopla, mientras el velo resiste, mientras el segundo lucha por un paso sin rumbo, mientras el minuto espera no convertirse en hora y la hora permanece suspendida en un día cualquiera.
Falsa alegría, bella pena, salto sin gloria, sábado de Gloria; otro día, domingo de ramos y la procesión va por dentro; milagro en octubre con palmas blancas, amarillas, secas, como las manos de la novia que espera en silencio. Palmas abiertas al cielo, primera dirección, arriba, a las estrellas que no se ven en este cielo que truena. Palmas de un público que aplaude perdido, pedido en el grito de un payaso, en una plegaria en miércoles de ceniza, en un día de miércoles; grito que emerge de un mar calmo, mágico sentimiento que permite al sol liberarse, expedir un rayo de vida en la penumbra, en la soledad, dejando loca a la tristeza, esa loca que mora bajo una carpa multicolor, sobre una alfombra verde, en un sendero de rosas bicolores con sentimiento nacional, marca Perú, marca de salitre en una costa erosionada por el tiempo, por el mar, por un viento extraviado en un camino sin inicio ni final, un circulo, un circo de arena, la arena del circo romano, la arena de otro mar, la arena de una playa bonita, muy bonita, bella, hermosa como la luna que no se ve pero existe detrás de la alfombra gris, en la dimensión desconocida, esperando un rayo de luz, la luz de un faro dormido, de un despertar de a dos, a las dos, a las tres, a la hora de siempre, la del insomnio, la hora que espera para decirnos que es de día, quizás de noche, no lo sabremos, el tiempo se detuvo un día cualquiera al pie del acantilado, a la sombra del faro, junto a la novia del velo bajo las nubes que no lloran, que siguen secas como las hojas de palma, lanzando una plegaria con las palmas extendidas, con las manos abiertas, con los brazos al cielo, al viento, al tiempo; rompiendo el silencio, repitiendo el sonido de un aplauso, dejando una sonrisa dibujada, tristemente dibujada, sonrisa de payaso, de alegría disfrazada, alegría abandonada, alegría de una tarde exacta, perenne, eterna; de una tarde perpetua que sonríe también mientras mira a todos lados sin saber su destino, sin tener un faro guía, mirando al horizonte, anhelando un regreso, quedándose dormida.

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