Veinticuatro
de espera, añoro el regalo prometido, la mañana pasó rápido, entre bocinas y
regalos, bajo el sol del verano que pide una taza de chocolate caliente al
terminar la noche que avanza lenta. La tarde aguarda un cebiche con brindis
adelantado no de espumante helado sino de cerveza nacional, de adelanto de
cena, de pasos desde el rincón. Una puerta cerrada, una llave en el olvido, una
llamada prometida y el encuentro que se alarga, falta poco, falta nada para
vernos, para encontrarte en una nube, para compartir una habitación diferente,
un sueño de a dos, un deseo de noche buena, de buenas noches para esperar el
amanecer, la mañana siguiente, la que promete un encuentro, la de la ilusión
infantil, esperando a Santa, a los reyes magos, esperando un hada de cuentos,
un regalo del corazón.
Cena
de excesos, de pavo y lechón, de brindis distintos, de deseos compartidos, de
perdones y frases recitadas desde el corazón, de un chocolate con panetón, de
una canción de niños, un villancico y el mensaje de Dios. Conversaciones y recuerdos,
historias de la imaginación,
La vigésima quinta mañana,
despertar en el día justo, con antojos de ti, de besos acaramelados, caprichos
de infancia, anhelos de todo, de presentes y futuros, de pasados que no
regresarán. Recordar en silencio, con una sonrisa a la vida, con las ansias de todo menos de los vicios dejados en
el olvido; golosinas de niños despabilados entreteniéndose con el juguete nuevo
y yo queriendo mi regalo prometido, que el amanecer siguiente sea mejor que el
anterior, que haya un año nuevo, renovado, andante, mejor, que pase el tiempo
justo, que el día deje que las horas exactas lleguen que la sonrisa perdure en
el alma, que el mundo complote para todos, que no se duerma el deseo y que la
hora sea la justa al momento que la alarma toque nuestra canción.
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