- Treinta y dos.
- ¿Las contaste?
- Todas.
- Falta una…
Faltó.
Siempre falta una, siempre hay una que no se cuenta, que desaparece en el
infinito. Es la que no vimos pero queríamos, la que soñamos, sabemos cómo es
pero no está, esa que anhelamos en el alma sin conocerla aún. Esa que se ocultó
tras tu silueta antes que gires y mojes los pies en la arena húmeda, antes que
un paso más esquive las olas y las deje frustradas en su huida.
Son
treinta y dos que sonríen y te miran esquivas, alturadas, despectivas, sabiendo
que tu tristeza no tiene rostro, no refleja ni muestra el dolor del invierno
que no se va. Saben que no las alcanzaras y por eso avanzan manteniendo su
distancia, temiendo una reacción, guardando aliento para escapar. Te sobran las
ganas de correr y ahuyentarlas, pero resistes, no vale la pena hacerlo, a veces
es mejor esperar, mantener paciente tu momento, no actuar por impulso, dejar
que tu revancha llegue oportuna, a tu ritmo, a tu paso. Tu paso que se ha
detenido en el límite, donde se marca la última línea del mar que llega pero no
pasa, que deja su sonido, su humedad, que se va para tomar impulso y dejar la
misma huella, repetida, predecible, serena.
Te
has detenido casi toda, casi porque tu mirada sigue moviéndose, tu corazón
sigue avanzando, tu pensamiento cruzó un continente y tú, pasmada al verte, no
reflejas movimiento, no avanzas, has quedado como estatua, inerte, sin
movimiento. Sólo son tus cabellos que como espigas doradas al viento, se doblan
pero no se quiebran, manteniendo su fe incólume, la esperanza de llegar a ser
grandes; se mecen lo suficiente para no impedir que tu visión se pose sobre ellas,
para mantener la distancia adecuada, para saber que aun detenida, te mueves,
permaneces dialéctica, cambiante y constante.
No
hay más, no hay cielo ni estrellas, nubes ni lluvia, sol ni calor, luna ni luz,
ni oscuro ni claro, ni opuestos ni iguales. Todo es monocromático, casi
incoloro, el mismo tono interno, la misma melodía de siempre, el vuelo
disperso, las alas al viento, el viento que sopla, el soplido en el corazón, un
corazón que late menos y menos son los que quedan, quedan sólo unos pocos,
pocos pero suficientes para decir que antes de hoy, antes que el invierno
termine, antes que el silencio callé y que los colores regresen, justo antes de
todo y de nada, los treinta y dos dirán adiós, sólo eso, un frío adiós.
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