Hay
solamente un eco irremediable
de
mi voz como niño, esa que no sabía.
(Ausencia
de Dios, Mario Benedetti).
Una
cita a mí mismo, conmigo, con el padre dormido, con mi niño
escondido, ese de la historia de mi infancia, ese que no sabía, que
no recordaba. Una cita un domingo a las doce antes de la misa, a la
que debemos de llegar, a la que no llegaremos porque miles de
semáforos en rojo nos esperan en esta vía a pie por una Gamarra
interminable, por ese jirón de tiendas multicolores, de atención
las 24 horas, con yuquitas y mimpaos, con un monarca héroe que tiene
de todo a la venta, con su prima que tiene aún más a precio de
ganga, con un mercado y un pase
usted casero, siéntese joven,
beba el elixir de la mañana, deje un sorbo en ese helado de
tamarindo que se derrite al sol del verano que calienta pero no
quema, del que aún no es cancerígeno, palabra que le queda un año
para hacer común hasta en el zodiaco de mi vida.
Sol
que acompaña en cualquier época del año porque siempre es
primavera en esta ciudad, porque es domingo y no llegamos a la
Catedral con esta seguidilla de holas y saludos eternos, de consultas
gratis porque es feriado y no se trabaja ni se cobra pero igual se
atiende. Con deseos de mejorías y parabienes, porque el niño está
enfermo pero igual come helado. Aquí todo es alegría y no alergia y
no llegaremos a la limosna, a recibir dos monedas, quizás tres,
quizás más, para ser el transporte que la deposita en esta canasta
divina, sin contarlas, sin verlas, desconociendo el monto, porque una
mano no debe saber lo que hace la otra y porque dar no es dar si se
sabe cuánto, es sólo ser vehículo de desprendimiento, después de
todo vivir es servir y lo demás es vegetar.
Aprendí
todo una mañana de domingo de la que aún me queda el recuerdo, una
mañana de fin de semana de cualquier estación, menos la del tren
que se fue. En esta ciudad donde el semáforo en rojo siempre se
respeta y el único chifa tiene un gallo del mismo color y ahí la
comida no tiene precio cuando llega desde el corazón, cuando dulce y
salado se combinan en un solo sabor, cuando blanco y negro son
eufemismo del color porque no hay razas ni condiciones sociales, sólo
niños corriendo en un callejón, jugando con una pelota sin lados,
riendo sin prosa porque la noche nunca llega a ser gol.
Un juego de naipes lanzados al azar, un as de oros, una sota y una copa, un corazón latiendo por verte de nuevo llegando a las 6 un lunes cualquiera, esperando con la cena servida, con el lonche perfecto, con mi primer café con pan remojado, con la sonrisa de niño, esa que no sabía que llevaba el niño escondido hasta ahora que un nuevo café mi invita a sacarlo de adentro y mostrarle la habitación.
Un juego de naipes lanzados al azar, un as de oros, una sota y una copa, un corazón latiendo por verte de nuevo llegando a las 6 un lunes cualquiera, esperando con la cena servida, con el lonche perfecto, con mi primer café con pan remojado, con la sonrisa de niño, esa que no sabía que llevaba el niño escondido hasta ahora que un nuevo café mi invita a sacarlo de adentro y mostrarle la habitación.