martes, 31 de diciembre de 2013

Mi niño escondido

 
 



 
Hay solamente un eco irremediable
de mi voz como niño, esa que no sabía.
(Ausencia de Dios, Mario Benedetti).

 
Una cita a mí mismo, conmigo, con el padre dormido, con mi niño escondido, ese de la historia de mi infancia, ese que no sabía, que no recordaba. Una cita un domingo a las doce antes de la misa, a la que debemos de llegar, a la que no llegaremos porque miles de semáforos en rojo nos esperan en esta vía a pie por una Gamarra interminable, por ese jirón de tiendas multicolores, de atención las 24 horas, con yuquitas y mimpaos, con un monarca héroe que tiene de todo a la venta, con su prima que tiene aún más a precio de ganga, con un mercado y un pase usted casero, siéntese joven, beba el elixir de la mañana, deje un sorbo en ese helado de tamarindo que se derrite al sol del verano que calienta pero no quema, del que aún no es cancerígeno, palabra que le queda un año para hacer común hasta en el zodiaco de mi vida.
Sol que acompaña en cualquier época del año porque siempre es primavera en esta ciudad, porque es domingo y no llegamos a la Catedral con esta seguidilla de holas y saludos eternos, de consultas gratis porque es feriado y no se trabaja ni se cobra pero igual se atiende. Con deseos de mejorías y parabienes, porque el niño está enfermo pero igual come helado. Aquí todo es alegría y no alergia y no llegaremos a la limosna, a recibir dos monedas, quizás tres, quizás más, para ser el transporte que la deposita en esta canasta divina, sin contarlas, sin verlas, desconociendo el monto, porque una mano no debe saber lo que hace la otra y porque dar no es dar si se sabe cuánto, es sólo ser vehículo de desprendimiento, después de todo vivir es servir y lo demás es vegetar.
Aprendí todo una mañana de domingo de la que aún me queda el recuerdo, una mañana de fin de semana de cualquier estación, menos la del tren que se fue. En esta ciudad donde el semáforo en rojo siempre se respeta y el único chifa tiene un gallo del mismo color y ahí la comida no tiene precio cuando llega desde el corazón, cuando dulce y salado se combinan en un solo sabor, cuando blanco y negro son eufemismo del color porque no hay razas ni condiciones sociales, sólo niños corriendo en un callejón, jugando con una pelota sin lados, riendo sin prosa porque la noche nunca llega a ser gol.
Un juego de naipes lanzados al azar, un as de oros, una sota y una copa, un corazón latiendo por verte de nuevo llegando a las 6 un lunes cualquiera, esperando con la cena servida, con el lonche perfecto, con mi primer café con pan remojado, con la sonrisa de niño, esa que no sabía que llevaba el niño escondido hasta ahora que un nuevo café mi invita a sacarlo de adentro y mostrarle la habitación. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario