Hay ruidos que engañan, esos que llaman al pan o a un helado, los que
vienen en un chiflido y hacen que corras
loco de contento; hay otros que descubren la realidad; y también corres, ves la
rueda solitaria que avanza echando chispas, con su cargamento andante por toda la
ciudad, afilando armas de pandilla, instrumentos de cocina, herramientas de
salón, el uso diverso no depende de ti. Tu pensamiento gira en un mundo de
felicidad. Toda ilusión es así.
Y
vas pensando así por el camino, ese camino que genera ilusiones, que lleva una alegría
que contagia, que aparece con la luz del día para mostrarte una ciudad
emergente, un cúmulo de gente que avanza a su destino.
Pero
cuando el sonar tuyo se hace espacio en la bulla de la metrópoli, esta se
convierte en un pueblo desierto, emerge tu lamento y el de la rueda que
encuentra baches, tumbos y una reja que limita, la vieja usanza y la
modernidad, ya nadie corre a tu llamado.
Y
vas llorando así por el camino, ese camino que genera decepciones, que deja
penas solitarias, que se apaga con la noche para dejar las tinieblas de una
ciudad deprimente, almas solitarias que no encuentran un hogar.
Jibarito
borincano, invención de canciones de antaño, recuerdo de una película en blanco
y negro, de una triste canción sin autor. Afilador de cuchillos, sin mango ni
dirección, sin hoja que corte ni rebane, con punta cuadrada y ausencia de
sueños; acero que ya no brilla, pasos lentos bajo el sol; un camino ondulante,
un círculo sin cerrar; una badana de cuero y una piedra más en el camino, ya no
hay rejas que detengan, los obstáculos sólo son pasos más que superar.
La
noche, así como llega se va; y al pasar la oscuridad, justo en el momento más
sombrío, aparece ese primer destello que avisa que siempre llega la luz, una
nueva mañana que inicia, el chiflido que engaña, el sonido que llama a la misma
ilusión al empezar un nuevo día.
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