No
me quites la mirada, quiero ver tu semblante, las facciones de tu rostro
mientras te alejas en ese camino de espaldas a un futuro incierto, sobre las
baldosas de un otoño mojado por las lágrimas, por la sangre que tiñe de rojo este
sendero a la libertad, que va marcándose sobre una pared horizontal, adoquines
de piedra que se quiebran en un grito conjunto y luego la calle, vacía donde ya
no queda nada; no más patriotismo; no más democracia maquillada en tricolor.
La
luna bailarina se mueve entre nubes que aguantan las ansias de llorar. El
futuro nos da la espalda, se fuga con ese amor del que tanto hablan, nos
sorprende en un vuelo sin retorno a Valencia, rompe nuestra calma y la
hermandad, profetiza la paz con la misma demagogia barata de los que quieren
gobernar: oposición y gobierno, políticos mediocres jugando a la dominación
mundial.
Ahora
que tus pasos son de regreso, avanzas de frente por los mismos azulejos, te
abres espacio entre ellos siguiendo las huellas de tu huida, en un camino de
retorno, sin retorno, con los pasos lentos, con el cuerpo herido, con la sangre
entre las manos, dando el último tranco, cayendo en la pista que nos separó,
que nos trata de unir, mientras las nubes disparan ráfagas de gotas que
aniquilan, aguacero con sabor a muerte y olor a humedad, diluvio de pólvora
mojada; mientras tú, aún abierta, protectora y bella, sigues dispuesta a
guarecerme de la lluvia, de la muerte, manteniéndote incólume, permanente, como
una estatua de libertad, como una reina de belleza, heroína de la tristeza que dejas
a tu pueblo.
Te sostengo en el
aire, como si fueras una figura etérea e inmortal; busco acariciar tu pelo,
resisto tu cuerpo casi inerte. Tu pecho en mi pecho busca calor, un contagio de
sonidos, una arritmia de latidos, la esperanza de una vida. Al otro lado del
camino, cientos de rostros corren despavoridos, miles de ojos otean con miedo
al horizonte, millones de lenguas hablan con las manos, dedos que pintan de
colores el cielo, el mundo entero, que cruzan la frontera sin voltear la mirada
al vecino, oyendo detrás de la pared colindante con oídos sordos, caminando a
la tienda de la esquina sin mirar al indigente, temiendo la inseguridad de cada
día, mientras sigues aquí conmigo, persistiendo, sobreviviendo, buscando rozar tu
boca no para un beso furtivo sino para un aliento de vida, queriendo detener
las horas, aumentar los latidos, pintar de azul el universo, creer que todo es sueño
y en este insomnio contar besos, contar caricias, dejar a los corderos saltar
la cerca, oír las frases repetidas de otros labios, tomar tus manos en otras
manos, hacer una cadena a lo lejos, unida virtualmente porque en la realidad no
sostendría a mi vecino, al caminante desconocido, al que me vendió la arepa el
domingo pasado, al que cruzó la calle para limpiar el vidrio, al que votó en
contra, al que se quedó en casa, al que cambió el canal y cerró la esperanza.
Unión de mundo virtual, pequeña Génesis de un final, muerte sin sentido, apocalipsis
de un futuro que debe ser mejor, de un sueño conjunto, de un cambio anhelado que
llega, que se cae de maduro.
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