La
arena es cómplice, busca hacerlo perdurar, deja plasmada la huella de su andar,
en ese camino de hendiduras que se forman tras su paso por el suave manto
húmedo de blanco polvo de los años, del golpe de olas, de la erosión de la
vida. La arena insiste pero es derrotada por el mar, por ese vaivén que
destruye todo el dibujo, todo un camino. No quiere decidir, creció a lo alto
tras el peñasco, hechó raíces en esta playa; aquí hizo su casa, tuvo su
familia y aquí busca permanecer, pero él, otra vez él, ese mar de siempre,
desde su primer despertar, ese azul conjunto de sueños olvidados, verde a
veces, transparente otros, turbio en su enojo, termina por llevarse su legado.
Ya se llevó su casa, no una sino varias veces, sumergida, desaparecida, esparcida
en la arena. Más él no cesa, continua su vida, tras el peñasco al que siempre
regresa, bajo la arena buscando el hogar perdido, entre la marea, tras el
sustento, siempre buscando un nuevo día, el sol, un calor perdido en este andar
al pasado, en este camino de regreso, en un signo de julio dejando la huella
de siempre, soportando los días, con la coraza cubierta y el alma decidida.
La
playa parece desierta, es invierno pero no hace frio. El viento no sopla, solo
peina la arena, aquella en que perdura la huella del cangrejo hasta la próxima
ola, hasta la próxima orilla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario