jueves, 3 de octubre de 2013

Huellas

La arena es cómplice, busca hacerlo perdurar, deja plasmada la huella de su andar, en ese camino de hendiduras que se forman tras su paso por el suave manto húmedo de blanco polvo de los años, del golpe de olas, de la erosión de la vida. La arena insiste pero es derrotada por el mar, por ese vaivén que destruye todo el dibujo, todo un camino. No quiere decidir, creció a lo alto tras el peñasco, hechó raíces en esta playa; aquí hizo su casa, tuvo su familia y aquí busca permanecer, pero él, otra vez él, ese mar de siempre, desde su primer despertar, ese azul conjunto de sueños olvidados, verde a veces, transparente otros, turbio en su enojo, termina por llevarse su legado. Ya se llevó su casa, no una sino varias veces, sumergida, desaparecida, esparcida en la arena. Más él no cesa, continua su vida, tras el peñasco al que siempre regresa, bajo la arena buscando el hogar perdido, entre la marea, tras el sustento, siempre buscando un nuevo día, el sol, un calor perdido en este andar al pasado, en este camino de regreso, en un signo de julio dejando la huella de siempre, soportando los días, con la coraza cubierta y el alma decidida. 
La playa parece desierta, es invierno pero no hace frio. El viento no sopla, solo peina la arena, aquella en que perdura la huella del cangrejo hasta la próxima ola, hasta la próxima orilla.

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